Aquí todos sus habitantes portan amuletos y muerden duros palos
de baobabs para lavarse los dientes; aunque nadie sabe leer ni escribir, existe
un edificio inmenso de cristal que alberga miles de millones de libros donde se recopilan todas las sentencias dictadas a lo largo de la historia del derecho.
El único habitante blanco es un abogado que luce sobre su pecho
bronceado un collar de oro y marfil; llegó aquí perdido y encontró por fin el
deseado olvido de los presos que había asistido durante años en las inhumanas
cárceles africanas.
Sólo persiste en su memoria las sonrisas, muchas lágrimas y la poca esperanza que aquéllos hombres de color, esclavizados por dictadores
sin piedad, habían depositado sobre sus hombros y su conciencia de jurista comprometido, tras el grosor de las oxidadas rejas.
El hombre que luchaba por las causas imposibles, ya canoso, instalado en su isla
verde, llegó a esta meta sin buscarla consiguiendo por fin no transformar en
complicadas letras sus pensamientos, hallando así su precepto jurídico más
anhelado: cultivar la libertad.
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Cosas que pasan... |
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